Érase una vez un niño pequeño con una madre muy mala que todas las noches le decía que tuviera cuidado para que no se lo comieran las chinches. Este niño, como no sabía lo que eran las chinches, pero si había visto hormigas, pues le cogió un odio exacerbado a esas pequeñas criaturas. El chico fue creciendo al ritmo de su odio, y se fue vengando. Primero se las comía, pero luego le dieron asco y preferió divertirse quemándolas con una lupa. Sin embargo esta revancha le sabía a poco ante el sufrimiento que había pasado de pequeño, por lo que ideó un plan todavía más maquiavélico. Estudió mucho, se hizo científico, y cuando se ganó un poco de reputación puso en marcha la última parte de su plan: un estudio para saber cómo pueden guiarse las hormigas primero hacia la comida y después volver a su agujero.
Este estudio, inocente a primera vista, escondía un oscuro secreto lleno de resentimiento. Tras averiguar que se guiaban gracias a la luz del día, los investigadores no conseguían explicarse cómo calculaban la distancia. Para ello, el científico loco sugirió coger a unas hormigas, cortarles las patas, y dejar que volvieran a su hormiguero. Las pobres que iban con muñones, no llegaban hasta su casa. Como las sociedades de Protección de los Derechos de las Hormigas se echaron encima del estudio, tuvieron que cambiar de método. No podían cortarle las patas a las hormigas, pero había que fastidiarlas y humillarlas de alguna manera, así que nuestro resentido amigo ideó un plan que las mujeres que lean mi Blog comprenderán inmediatamente la magnitud de la crueldad.
Pues esta es su venganza. Se acordó de que a su madre siempre le hacían daño los zapatos de tacón, y decidió ponérselos a las hormigas, con la excusa de la investigación. Parece ser que las hormigas con tacones al volver a su hormiguero se pasaban siempre (normal, ponte unos zancos y a ver si eres capaz de pararte en el punto exacto), por lo que el estudio llegó a la conclusión de que las hormigas deben de tener una especie de podómetro interno, de modo que cuentan sus pasos, y por eso al volver, las que eran paticortas no llegaban, y las que eran patilargas se pasaban.
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